Analizar
un álbum ilustrado por Roberto Innocenti supone siempre, y a partes iguales, un
placer y un reto. El mundo entero se esconde detrás de cada una de sus obras y,
por ello, es tan fácil abandonarse a la satisfacción que provoca leer sus
imágenes como perderse alguno de los múltiples detalles que nos regala el
artista italiano en todos sus trabajos.
La
niña de rojo, una nueva versión de la inagotable Caperucita, parte de un
brillante texto del editor y escritor norteamericano Aaron Frisch, fallecido prematuramente
al año siguiente de la publicación de la obra.
El
detallismo de Innocenti, su estilo realista y “teatral” pero también otros
aspectos como las perspectivas que emplea en la mayoría de sus obras, lo
conectan, de algún modo, con la fotografía, un medio que también es utilizado
por el florentino para documentarse en sus trabajos y que ha servido de
inspiración directa para ilustraciones concretas, como en el caso de alguna
imagen de su libro Rosa Blanca.
La
Caperucita de La niña de Rojo ha abandonado el bosque para adentrarse en la
periferia de una gran ciudad y la ciudad no tiene árboles, sino mil imágenes.
Televisiones, carteles publicitarios, escaparates o grafitis pueblan una
amenazante jungla urbana por la que ha de desplazarse la protagonista en su
cita ineludible con la abuela.
El
cuento, implícitamente oscuro desde sus inicios, se muestra en esta versión deliberada
y absolutamente descarnada, con una crudeza que ni el segundo final logrará
endulzar lo suficiente. Y es que, el final alternativo, ese “Happy end” que
sostiene un sheriff afroamericano en la última ilustración más bien parece una
burla, una trampa mordaz, que un regalo para los más sensibles.
La
última imagen se presenta casi como una instantánea para la prensa o como el
fotograma fijo que cierra una película policiaca, una escena repleta de agentes
de la ley y de periodistas. En ella, al contrario que en la que ilustraba el
final sin concesiones, las cámaras están por todas partes, para los que las
sostienen, esta vez, esta es la historia que merece la pena ser contada.
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